Martín Luther King es el hombre del más hermoso sueño del siglo XX.
En su famoso discurso de 1963, “¡Yo tengo un sueño!”, Martin Luther King despliega la realidad que conforma sus creencias, sus principios y su exigencia para con todos los hombres.
Soñar es el método que hace confiar a los hombres en que es posible estar juntos, en que el concepto abierto y amplio de humanidad existe en nuestra esencia interior y que todo lo demás es simplemente la vestidura agreste que nos empeñamos en sostener ante la verdad evidente de haber sido creados iguales.
Teniendo como testigo a los monumentos que certificaban los éxitos en las luchas de la nación estadounidense, Martin Luther King, abrió las compuertas a una de las acciones más temerarias y más incontenibles de la que es capaz el hombre: soñar.
Sin importar las incertidumbres del futuro, sin importar el cansancio ante el largo viaje todavía por cumplirse, sin importar las miles de noches oscuras de la injusticia que habría que sobrellevar, apostó a la genuina belleza de un sueño que es verdad y de una verdad que es un sueño.
En el Día Mundial de la Tolerancia Religiosa, poco interesa la portada de la Revista Time que en 1963 lo nombra como el “Hombre del Año” o los sórdidos sonidos de las balas que acabarían con su vida el 4 de abril de 1968. Importan las palabras que resonarán en el corazón de todo ser humano, en el de cada hombre, mujer y niño de cualquier lugar, que roban una sonrisa y que renuevan la fe en lo que somos y podemos llegar a ser en nuestra hermosa y amplia diversidad.
Necesitamos hombres que puedan soñar cosas que nunca han sido.
John F. Kennedy